viernes, 2 de enero de 2015

EL MISTERIO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

            Es muy bueno recordar, en esta hora de tinieblas, lo que Monseñor Lefebvre – repitiendo la enseñanza bimilenaria de la Iglesia – nos recalca en su libro “El misterio de Nuestro Señor Jesucristo” pues, hoy en día, hasta las más altas autoridades de la Iglesia oficial, parecen negar a Cristo Señor Nuestro, de diversas maneras, algunas de ellas sutilmente; otras casi abiertamente pero siempre disimuladas dentro de un lenguaje ambiguo y confuso; a veces también en actos públicos (quizás estos sean una de sus formas más dañinas y más graves para promover este espíritu anticristiano) ubicando a la Iglesia de Jesucristo en el mismo nivel de las otras religiones, o, por ejemplo, llamando a Nuestro Señor, solo Jesús, y casi nunca, Jesucristo. Y llamarlo así, solamente Jesús - en un contexto debidamente apropiado para ello – especialmente ambiguo - es abajar a Nuestro Señor al mismo plano de un profeta. No importa que se lo haga levantándolo luego todavía a un nivel de profeta excelso si con ello se lo presenta nada más que como un puro hombre y no como el Hijo de Dios, es decir, como Dios mismo.
            Cuando Jesucristo, respondiendo a la solemne pregunta del sumo pontífice Caifás sobre si Él era el Hijo de Dios, al responder Él afirmativamente: “Yo soy”, lo trató de blasfemo, pues con ello se proclamaba a sí mismo igual a Dios.
            Si Dios mismo se encarnó, se hizo Hijo del hombre sin dejar de ser el Hijo  de Dios, no hay más de qué hablar. Ya está todo dicho. Todas las demás religiones no son más que el  resultado de una tradición de la humanidad llevando consigo la antiquísima promesa divina de un restaurador de la edad de oro, aunque oscurecida esta promesa por el tiempo y por los errores y los  pecados de los  hombres. Jesucristo cumple en Él todas las profecías mesiánicas que anunciaban su advenimiento. Quitarle a Jesús su título de Cristo es destronarlo. Es quitarle su reinado eterno y su supremacía por sobre todas las cosas. La idea “ecuménica” no busca sino esto: quitarle a Cristo su divinidad. Robarle su título de Mesías, de Ungido, para lograr con ello nivelarlo con todas las religiones; una religión más. Colocar su Evangelio y su Iglesia en un mismo plano con las otras. Para, luego, hacerlas  reemplazar - a todas las religiones - con una nueva religión: la religión del hombre, la religión del anticristo.

Monseñor Marcel Lefebvre


            He aquí el texto de Monseñor Lefebvre:


“Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos a vosotros, a fin de que viváis también en comunión con nosotros y esta comunión nuestra es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea colmado” (I Jn. 1, 3-4).
            Sin duda, los Apóstoles fueron tomando conciencia de la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo de modo progresivo. En el momento de su Ascensión todavía se preguntaban cuándo iba a llegar el reino temporal de Nuestro Señor. ¿Qué idea se hacían de esta Persona que tenían enfrente? De hecho, no comprendieron el misterio de Nuestro Señor Jesucristo sino después de Pentecostés y de la efusión del Espíritu Santo sobre ellos. En ese momento dedujeron las consecuencias, como aparece en sus escritos. Esto es lo admirable.
            Así se comprende lo que escribió san Juan en su primera epístola, en el 2º capítulo:
            “No os escribo porque no conozcáis la verdad, sino porque la conocéis y sabéis que la mentira no procede de la verdad. ¿Quién es el embustero sino el que niega que Jesús es Cristo? Ese es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. Lo que desde el principio habéis  oído, procurad que permanezca en vosotros. Si en vosotros permanece lo que habéis oído desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre. Y ésta es la promesa que nos hizo, la vida eterna.” (I Jn. 2, 21-25)
            Y añade un poquito después:
            “Todo espíritu que confiese que Jesucristo ha venido en carne es de Dios; pero todo espíritu que no confiese a Jesús, ese no es de Dios…”
            Está claro.
            “…es del anticristo, de quién habéis oído que está para llegar y que al presente se halla ya en el mundo” (I Jn.4, 2-3)
            Las afirmaciones de los Apóstoles y de los Evangelistas son muy precisas:
            Los que afirmen la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo son de Dios; los que la nieguen, no son de Dios.
            Las consecuencias son terribles. Pensemos en este mundo que nos rodea, en toda la humanidad que vive hoy como la que vivió ayer. Para los hombres todas las cosas, y por consiguiente su vida eterna, se deciden relación con Nuestro  Señor Jesucristo y con su divinidad.

Monseñor Marcel Lefebvre.


Tomado del libro: “EL MISTERIO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO”, págs. 126-127. Obras completas, Voz del desierto, México, D.F. 2005.