viernes, 25 de octubre de 2013

LA INTELIGENCIA Y EL GOBIERNO

R. P. Leonardo Castellani


Santo Tomás precisa incisivamente estas fronteras de la ley cuando habla de la obediencia religiosa, la más rigurosa que existe. Es cierto que el religioso debe acatar el mandato jerárquico a ciegas, “perinde ac cadaver”, como dicen que dijo Loyola; Pero ningún hombre está dispensado de guiar su vida con sus propias luces ni puede obrar jamás si su intelecto no le pinta su acción en la línea de la razón. Ningún voto del mundo puede dispensar a un hombre de tener conciencia propia, porque en eso precisamente consiste el ser hombre. “Subditus no habet  judicare de proecepto proelati, sed de impletioni proecepto utique, quia ad ipsum spectat. Unusquisque enim tenetur actus suos examinare ad scientiam quam a Deo habet, sive sit naturalis, sive adquisita, sive infusa: Omnis enim homo debet secundum rationem agere” (De Veritate, XVII, 5, 4). “Dos maneras hay de obediencia, una que simplemente asume la voluntad del prelado, y ésta es de todos; otra que se une al inmediato y por el mismo acto se une al superior medio, y por él al Superior Sumo, y por él a Dios, conformándose no solo por la acción sino con el último fin de la acción y con la perfección y excelencia divina de ella; y esta obediencia es propia de perfectos”. Es decir, cuando el hombre, al insertarse voluntariamente en el orden particular (que puede en algún caso per accidens ser desorden), se inserta conscientemente en el orden universal de los fines.

En el mismo artículo en que se encuentra este axioma, Santo Tomás explica que si un pecado grave o leve aparece claramente en un mandato del superior, obedecer es pecado: “conscientia enim ligabit; praecepto proelati in contrarium existente”. La consciencia lo obliga [antes], si contra ella existe precepto de prelado. El “a ciegas” de San Ignacio se refiere más bien a esa superficial y mudable razón cotidiana y conceptual que arriba juntamos, no a la iluminada intuición del alma obediente, enderezada a Dios como un reflector en la noche, y viendo con la luz de la fe mucho más allá de lo temporal y lo rutinario..

El perinde ac cadáver” es una metáfora mística, que parece inventada a posta para hacer bolacear a los metomentodo. La verdadera obediencia no puede dispensar jamás de tener conciencia. Hay en que el súbdito tiene el deber de decir al superior: “Aquí estamos los dos haciendo barro”, y decírselo con la energía con que San Pablo se lo dijo a San Pedro, “in facien ei restiticomo dice el impetuoso tarsense.

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Esta tentación de obediencia muerta e inerte es más rara que su contraria y lleva en el seno su sanción; por eso los ascetas antiguos no insisten acerca de ella y ponen toda su fuerza en combatir la inobediencia – lo cual da pie a Huxley para calumniar al catolicismo de que no haya enseñado (como el Budismo, dice) que la inteligencia es un deber y la estupidez puede ser un pecado (“ignorancia culpable” de los teólogos)-. Pero toda virtud, ya lo enseñó Aristóteles, anda siempre en medio de dos vicios, que representan su exceso y su defecto. Así la crítica terrible que hace Huxley a los que se creen santos porque usan fines buenos (?) para un fin último que no alcanzan a ver si es malo o bueno (crítica aplicada  en el caso por  al Imperio Británico y su colonización) es absolutamente certera y su doctrina es pura y simplemente tomista. En cuanto al reproche al Catolicismo, Huxley olvida que allí al lado mismo tiene al pueblo francés, católico, que le responde con su vulgar proverbio: “La bétise c´est un peché”*. Eso el paisano francés no lo necesitó aprender de Buda.

R. P. Leonardo Castellani “Las ideas de mi tiro el cura”, (pags. 30-31, 33) Editorial Excalibur, Buenos Aires, 1984


*“La estupidez es un pecado”