jueves, 17 de octubre de 2013

Declaración relativista de Francisco I


Esta declaración del Papa Francisco I está tomada del difundido reportaje
que le hiciera el periodista italiano Eugenio Scalfari
Para el periódico La Repubblica el 1 de Octubre de 2013

Francisco I: “Cada uno de nosotros tiene una visión del Bien y del Mal. Nosotros debemos animar a dirigirse a lo que uno piensa que es el Bien.”


...lo que uno piensa que es el Bien.


Comentario:

Esta  declaración insólita en la boca de un Papa contradice a la de todos sus predecesores desde Pio XII hasta los inicios de la predicación del Evangelio por Jesucristo y a la predicación de los Apóstoles. Es la afirmación del relativismo y el escepticismo ateo moderno.
Los católicos no buscamos saber lo que es el Bien. Somos católicos precisamente porque ya lo hemos hallado. Y lo hemos hallado en Jesucristo quien nos reveló lo que estaba oculto desde antes de los siglos. En Cristo se completa la Revelación divina anunciada por Moisés y todos los profetas del Antiguo Testamento. El bien no es lo que cada uno individualmente imagina qué es. Tampoco algo que se inventa como aquello que más le gustaría que entendiéramos todos como el Bien. Ésa es una afirmación que se niega en sus propios términos. El Bien es algo objetivo. Algo que está fuera y por encima de las individualidades. El hombre puede llegar a tener algunas ideas sobre el bien que coincidan con el bien objetivo. Pero no puede llegar a conocer su “todo”. Solo Dios puede conocer su todo con relación al hombre, pues solo Él conoce la esencia real del hombre en su estado actual de la humanidad. Solo Dios sabe lo que es bueno para el hombre. Dios no inventa caprichosamente el “Bien”. Dios mismo es el Bien. El hombre solo en Él, en Dios, puede hallar “su” bien, es decir, aquello que le completa y perfecciona en su naturaleza de criatura y le lleva a la plenitud de su ser. Solo el alfarero sabe el uso que ha de tener el artefacto que ha modelado, para que sea adecuado a ese fin, a ese destino particular para el cual lo fabricó.  No puede el vaso de barro reclamar al alfarero – como dice san Pablo - por qué y para qué le hizo. Eso pertenece a la libertad y a la voluntad del alfarero. Solo podemos decir de un vaso que es “feliz” cuando llena perfectamente su función, cuando cumple plenamente su destino.
La humanidad toda por sí misma jamás podría conocer la plenitud del Bien por sus propias fuerzas. Solo quien le creó puede hacerlo. Pues ¿Por qué entonces Dios no se lo ha comunicado al hombre, si Él es el bien mismo? Dios lo hizo y, gradualmente, en la historia “El Espíritu Santo ha hablado de muchas maneras a los hombres”, y su coronación y cumplimiento lo realizó por medio de nuestro Señor Jesucristo. Pero – dirá alguno - sin embargo, la humanidad sigue gimiendo en el Mal. Pero eso es porque el mundo ha rechazado a Jesucristo. No hay error en el Evangelio de Cristo. No fracasó el Evangelio en cuanto a su mensaje. Sino el mundo mismo es quien le rechazó. El mundo mismo es el que ha fracasado al rechazarle, y sigue rechazándole, y se aparta de Él. “No queremos que Éste reine sobre nosotros” – Esto es lo que clama el mundo hoy. Es el “Non serviam”, el “No serviré”, brotado de la soberbia de Satanás.

Y esto, el Papa ¿no lo sabe?
Francisco I ¿tiene la Fe? Es un misterio de Fe. Se llega a él por la Fe.
Francisco I ¿la tiene? ¿La tuvo? ¿La perdió?
-Es que tú juzgas al Papa.
-Nadie puede juzgar al Papa.
Yo no juzgo al Papa. Él, como todos nosotros ya tiene quien lo juzgue.
Yo defiendo a las almas. A las almas que pueden perder la fe. A las almas que la han perdido a través de todos estos años de post-Concilio Vaticano II, y a las que la siguen perdiendo. A las almas que ya no conocen el Verdadero Evangelio. A las almas de más de una generación signada por la ignorancia de la Fe y su suplantación por la religión del anticristo. A las almas que han sido educadas en un Evangelio tergiversado, mutilado, torcido, utilizando todos los medios a su alcance: la destrucción de la Misa Católica, la destrucción del Catecismo, los cambios nefastos realizados en todos los sacramentos y en la de-formación del sacerdocio, en la implantación de la herejía modernista - ya condenada - en toda la Iglesia, incluyendo a las jerarquías más altas. La destrucción del Magisterio fiel al Evangelio. El nuevo Código de Derecho Canónico conformado para favorecer al modernismo. Todo ha sido tocado. Las piedras de la Iglesia han sido arrancadas de su edificio una a una por la secta masónica infiltrada en ella. “El humo de Satanás ha penetrado en la Iglesia”, dijo uno de los Papas que ha contribuido en la demolición de la misma, Paulo VI. Y consolidó este dicho hablando de una “autodemolición de la Iglesia”. ¿Cómo pudo entrar este humo satánico en el Templo de Dios? Pues, Juan XXIII, le abrió generosamente las ventanas  de la Iglesia, es decir le abrió el camino.

Pero el Papa debe regir la Iglesia vigilando que no se tergiverse el Evangelio de Cristo y custodiar la integridad del depósito de la Tradición. Ésa es su misión.

“Quien me niegue delante de los hombres yo le negaré ante el Padre.”
San Pedro negó tres veces al Señor. San Pedro, el primer Papa, se arrepintió y lloró su pecado. Jesús, el Cristo, le perdonó. ¿Llegaremos a ver esto repetido otra vez? Me refiero al llanto de arrepentimiento de la Cabeza de los Apóstoles y de la Iglesia.
Sabemos, como hombres de fe, que las puertas del infierno no prevalecerán sobre Ella, sobre la Iglesia, a pesar de las sacudidas del maligno.
Ese tiempo ciertamente llegará.
Tal vez, también, luego de un terrible castigo.
“De Dios nadie se burla” – dice la Escritura.
Y “Al fin mi Inmaculado Corazón triunfará”, anunció en Fátima, en 1917, Nuestra Madre, la Virgen Santísima.
A ella le rogamos especialmente bajo este cielo entenebrecido.

Alberto M. Borromeo